24.3.07

Los juegos de Sofía

"Bueno. Me voy...". A tono lento y ante todo ese ambiente dormido, Sofía agarró sus últimas miradas y salió a la boca de esa madrugada. Sofía es una chica simple, agraciada. Sofía parece igual a todas pero vive en un mundo diferente de juegos."¡Me voy!". Nada. Otra vez. El silencio se le hizo desafío y entonces gritó al espacio: "Qué ganas de volverme durazno y enterrarme entre las baldosas, y hacer de mi cuerpo un árbol, un enorme árbol que se alimente del sol. Pero no. No soy durazno ni semilla". Nada...

Sofía bajó a la calle y la humedad, la lluvia y el reloj marcaron una hora que podía ser impensable para algunos, muy temprana para otros. Con el calor, el agua se volvía más pegajosa. Pero para Sofía, era la hora de Sofía. Con su aire juvenil y su bolso cruzado, caminó las dos cuadras que la separaban del subte. Al llegar a las escaleras, bajó los escalones a movimientos de memoria. Para ella, el descenso a esos túneles excavados eran parte de un juego en donde podía investigar los efectos de la aceleración y la presión de los cuerpos a horas pico. En este juego, las escaleras parecían conducirla, lenta e inexorablemente, a una verdad que la había esperado toda la vida.

Como a Sofía le aburre leer nombres desconocidos, se anotó en el juego de ver quién es el que mejor logra que una puerta de acceso al subte le quede enfrente de la cara, mientras se espera ubicado en el andén. Pero por unos centímetros, la apuesta de Sofía falló y un par de se subieron antes que ella.

Indignada, el vaivén del subte, el timbre de las puertas y el olor a sueño obligaron a Sofía a buscar un libro en su mochila. Lo buscó, lo encontró entre apuntes de sociales y lo tomó entre sus manos. Automáticamente jugó a perderse entre las páginas, fundiéndose en personajes, disfrazando su defensa esquemática y dejando entrever frontalmente su locura cotidiana. Entonces, Sofía cayó en un mundo paralelo de locuras situacionales: se remontó por las heridas ajenas de un leproso y se identificó perdida en alguna escalera caracol de relaciones enfermizas (aunque Sofía era casi inútil para crear vínculos fuertes, tal vez por miedo a perder en ese juego). Así, el vagón dejó de ser vagón y Sofía se permitió reírse de sí misma.

Abstraída en este libro-teatro, Sofía tuvo que reacomodar el enfoque de sus pupilas para mirar la estación. Vio su propia cara reflejada en el vidrio y sintió la presión de meterse de lleno en la negrura del túnel, apenas amortiguado por lámparas que jugaban a iluminarlo. "El libro...". La afirmación vestida de suspiro de Sofía, en realidad la transportaba a aquel libro que la marcó de niña. Un Disparatario clásico a lo María Elena Walsh donde un río se enamora perdidamente de su canoa y en donde los espejos son la entrada a un mundo fantástico como el que ella imagina. Entonces, cerró lo que estaba leyendo como esperando encontrar en esa tapa algo que había perdido. Lo meditó, lo juzgó minuciosamente y cayó en un nuevo juego. Esta vez se imaginó bomba, con ganas de expirar. Cerró los ojos y sintió la presión que hizo, casi armónicamente, cada filamento de su cuerpo. Cuánta locura junta la de los ojos vivos de Sofía.

De repente, el freno agolpado de la estación provocó en ella una desestabilidad casi circense. Su libro cayó al piso y con ella la ilusión juguetona del mundo que había montado. Descolocada por el movimiento y enojada por esta intervención no invitada, se sentó para jugar a contar las monedas del bolsillo que (para ella) esperaban la vibración que indica que el subte entra en nuevo movimiento. Miró por la ventanilla maquillada de polvo y su fantasía la llevó a pensar en esas misteriosas puertas o entradas que se ven cada tanto a lo largo del túnel y que nadie sabe a dónde llevan. Entonces Sofía se imaginó pasadizos desembocando en el mundo del poder oculto en donde iban a morir todos los personajes de sus juegos. Menos ella.

Y ahí estaba Sofía. En su siempre-mundo, dinámicamente detenido en el tiempo sin época, impresionista, surrealista, con sus historias cruzadas. Eso la maravilla. Todo la maravilla. Así es Sofía. Si la vulgaridad insistiera en volverla simple acertijo, asunto resuelto (y olvidable). Como eso no ocurre, ella es un juguete y eso la vuelve un regalo. Mientras tanto, ella juega a poder ser alguna de estas dos acepciones.

1 comentario:

Anónimo dijo...

conozco a esa sofia que no todos conocen.