26.3.08

Retorno

Era una especie de torre de cristal que se elevaba bajo sus cabezas. Arriba de todo, una terraza que dejaba ver hasta dónde alcanzaba la vista, una terraza fría, en donde las cosas se mantenían en su mismo lugar, solo cubiertas por una gruesa capa de polvo.
La escalera de metal llevaba a una esquina abandonada donde había una puerta ahora tapada por hierbas y plantas que crecían por el rocío de las mañanas. "Subí la escalera con mucho cuidado". El paso del tiempo hacía dificultosa la apertura de la puerta pesada que servía de entrada. "Vengo a imaginar que acá alguna vez crecieron margaritas y rosas...".
Doblando a la izquierda, la esquina se abría en terraza. Ahí, las baldosas se encontraban soleadas por la luz del sol y los techos vecinos se dejaban ver llenos de telarañas y nidos incrustado. "Esta terraza es mi jardín". Parecía más que un palacio, una consecuencia desastrosa de algún ataque.
Cuando llegaron al espacio central de la terraza, adornada por un charco de agua, un sentimiento extraño les entró en la cabeza. Miraron hacia arriba para ver el cielo limpio y hacia adelante para encontrarse con las
barandas que crujían oxidadas por la lluvia y el oxígeno virgen, aún por respirar. Hacia abajo, el piso de piedra, carcomido por la humedad y la intemperie. Él se sentó, la agarró de la mano y la juntó con él. Se quedaron en silencio para escuchar la melodía suave del aire que convertía al tiempo en hilos de plata.
Él soltó:
"Encontraste mi cara asomada en tu ventana rota, y me esperaste." Ella hizo que lo miró. Él siguió: "Regalále calidez a mis brazos, que quieren abrazar algo suave al fin."
Y mientras se miraban, sus rostros cambiaban conforme iban recordando cada anécdota y se fascinaron descubriendo
las sombras proyectadas por las horas. Por fin ella dijo, "Esperame y salgo hasta que me veas, hago que las gotas se transformen en tinta para tus canciones. Yo quiero dormir ahí."