26.4.07

Crema de Abril

Sé que hay métodos, y métodos más rústicos han resultado, incluso mucho más efectivos en cuanto a resultados parciales. No voy a negar que tengo un costado romanticista, golpeado. Tal vez por menos metódica, doblemente torpe sea éste salto que ahora ensayo. Pero es que es tan lindo a veces que me sobrepasa. Y el que ya no me llames no me hace sentirte más lejos. Tal vez sea demasiado, como en el momento en que fuimos utopía... O tal vez demasiado poco, como el momento en el que la realidad nos robó la mediación de nuestro tiempo compartido. No me gusta tanta distancia, aunque sé que estamos en algún punto encontrados. Mientras repaso la respuesta de esa primer pregunta que hiciste.

25.4.07

Salguero y Santa Fe

Una historia de idas y venidas nació, alguna noche, después de ver estrellas en algún museo y arte en el cielo de Puerto Madero. Esa visita se transformó en conversación y esa conversación se nos devino en alguna caminata de dos horas que nos llevó al recital de alguien que no me acuerdo y a una fiesta en una casona de San Telmo. Entre esas paredes húmedas que revistieron a esos muchos cuartos oscuros, encontramos a los seres más mágicos de la noche: un profesor del piano, una loca fracasada que se creía actriz por estar en la casa del teatro, algún que otro olor, la alfombra babeada con cerveza y la semi inocencia de la luz manejada por alguna persona que disfrutó el poder otorgado.
Y si la caminata devino en casa, la casa devino en madrugada en alguna plaza fría de la zona mientras esperamos el colectivo, de vuelta cada uno a sus vidas. O así creímos. Porque esa mañana se deshizo en un año de prefiero/no-puedo verte y en el eterno recuerdo de la calle Salguero sobre la Avenida Santa Fe. Esa vez que quisiste ir al Malba a ver una película que supiste que me iba a gustar. Porque me escuchaste.
Habrá sido el "que no se hayan visto" lo que causó el anhelo de encontrar a alguien dentro de algún depósito junto a la compañía de un fotógrafo flaco, muy flaco, apasionado, consumido por la vida y por un violonchelo. O eso recuerdo. Pero de la ausencia vino el caramelo del encuentro, y eso devino otra vez en una larga caminata, esta vez de palabras que llevaron a los mundos de la locura más absoluta, las historias más extrañas, la llave a bizarro-landia. Y ahí te consagraste alcalde. Me llevaste a esa ciudad unas horas y yo te mostré a mi más preciado solcito, mi muy solcito, mi ascendente (centro y descendente) pisciano.
Entonces concluimos que la intermitencia es nuestra madre y que mejor mantenerla, porque nos dimos cuenta que la pizza que compramos en algún bar de Constitución es más salada de esa forma. Y todo cambió porque no sabemos, ni nos gusta, mantenernos estáticos.
Desde esa tarde que te asomaste a mi ventana para saludar, yo no dejé de apoyarme sobre el marco esperando a que el cartero me trajera alguna carta colgada sin remitente. O de la cárcel de Caseros.. Buenos Aires tiene el desconcierto de los lados, tal vez sabemos aprovecharlos mientras viajamos en algún colectivo semi vacío a un bar de Boedo, en donde el maní es más rico por tener cáscara y por venir de la mano de alguna fiesta loca en el subte - estación Olleros - donde estuvo Verónica. Mientras tanto te encuentro en alguna letra perdida, alguna recomendación de libro, en Un Tal Lucas, alguna película voladora, algún contacto electrónico. En fin, la dulce intermitencia.
PD: Me debés un JB y un pianito de Barney que toque canciones. Pero no quiero cualquier pianito, quiero ese que haga enojar a algún loco presumido y pretencioso, en un mundo de juguetes que despliegan su locura ante la tiranía de la falta de decisión de un jefe sin futuro de alguna juguetería de Colegiales.

23.4.07

Silencio y Jardín

Me enseñaste que el silencio esconde palabras encerradas que buscan la manera por la cual derramarse al mundo. Es por eso que siempre admiré la sabiduría de tu presencia que aprendió la pertinencia para el silencio. Hoy, sin embargo, tu silencio se me está haciendo demasiado y apenas unas palabras descansan sobre la mesa. Se me están haciendo evidentes tus miserias y tu inoportunismo de pensamientos. Se me está quebrando el ritmo y se me están aguando los colores de lo que fue sentirte en algún abrazo, en silencio. Veo que estamos sentados en la misma mesa pero ya no siento que estemos compartiendo el mantel. Qué lástima que ya no sienta casualidad (podés invertir la pareja consonante-vocal si querés...) el haberte encontrado esta tarde de verano. Se me están igualando los extremos y estás dejando de ser las mil caras del universo. Se está pudriendo la madera de esta mesa y está empezando a arder mi belleza. Palabras, palabras... O ausencia de palabras para esta tarde devenida en madrugada que vamos a olvidar al despertar por la mañana. Yo sé que en este jardín no van a dejar de crecer las hojas ni las flores. Van a renacer con otro color. También sé que nuestro tiempo ya no va a ser el que aparece colgado en el jardín como relojes de Dalí. Es mi sentimentalismo orgulloso el que me hace llevar por el viento, ya no por tu canto de sirenas.

20.4.07

Infancia

Me acuerdo de situaciones pero tengo pocos recuerdos. Tal vez es que me acostumbraron a creer que el ser humano va por la vida sin pensar el objetivo que tiene su existencia al estar vivo. O que siempre viví en una especie de estado transicional y nunca gocé de la inocencia ni de la magia. O tal vez es nada: ni una lágrima inadaptada, ni siquiera portarse mal. Lo único que existió en mí fue una sensación de eterno esperar. Eso: básicamente soportar.
Después de verte entré en alguna lógica de personajes diferentes, perfumados de colores en un mundo paralelo. Y si bien hoy puedo empezar a respirar el aire puro, en mi otro alrededor reina la locura. Algún ingenuo creerá que miento mis extremos. Para esa mirada, no hay nada más lejos. No importa. Todavía no me canso de descubrir por primera vez. Me descubro en tu nombre. Me descubro sensible. Me descubro. Y desde entonces no dejo de llorar y llorar.

18.4.07

Desde

Una frase desproporcionada de interminables extensiones: uno se demora en la entrega y el otro se detiene en la génesis de sus razones. Uno es el revés de la parálisis mientras el otro se refugia en el grito invisible. Esos dos seres angustiados son la contradicción, lo irrefutable. Ambos atrapados en la escasez del espacio de la boca. Atrapados, amontonados en un gesto incompleto, uno por su acción el otro por su quietismo. Habitan ahí, tan en sombras que uno apela a la estrategia de la expresión mientras el otro se acomoda en su abstracto mundo de ausencias. Desde la incomprensión, el idealismo que raya el misticismo de la independencia y del entusiasmo. Desde afuera, quietud. Desde adentro, un caos en derecha y frenesí en la izquierda.

13.4.07

Tu aroma y el café

No puedo evitarlo. El aroma del grano sin moler en la madrugada sabe mejor en un mundo sin movimiento que se pierde el espectáculo de ver cómo muere la noche con el color del sol. Bajo con la intención de tomarme una taza de café contra la ventana mientras espero que el sol, que a esta hora tornasola todo de amarillos, provoque que mi mañana salpique chispas entre tanta luz fría. Esas mismas chispas que creamos cuando me acompañas alguna mañana de frío de invierno. Me abrigo los pies con pantuflas y entonces le dejo notar un poco más mi espalda al invierno, que me obliga a esconderme en mi taza de café. Miro por la ventana la calle muerta y me entrego a pensar cuán fuerte me es observar tu imagen viviente de hombre solo. Tu imagen relacionándose, de alguna estúpida manera, con tu cotidiano. Supongo que el no poder dejar de pensarte sabe un poco más que a locura demencial. En ese segundo de virgen sorbo de café se me ocurre evocarte, solo para lastimar tu soledad inerte. Hacerte presente porque sé cuánto te gusta hacer que odias mi compañía. Entonces aceptás esa contradicción por el mero desafío entrar en la acción de desafiarme. Aceptás, venís y te sentás conmigo. Bien. Estoy bien. No, no me pasa nada. Recién me levanto. Te preparo un café. Con canela. Mirás cómo te preparo el café que nunca quisiste probar aunque sabías de mi maestría en desayunos. El olor del grano deshecho en polvo de café me deshoja, me vulnera, y me provoca regalarte el color negro de la tasa que brilla con el color del sol encendido. Ese sol que obliga a nuestro escenario a arder con más fuerza. Está todo bien. Acomodate. Dulce te lo preparo. Te dejás llevar y el calor te ablanda. Mirás la taza con desconfianza por miedo a tomar algo tan mío que te provoque nuevamente la adicción, por eso veo en tu mirada que te reprimís y hacés que no te gusta para que yo no te pueda ver. Ah, sí, tomo todo dulce. Entonces te endulzo la taza aún más, esta vez con tus segundos de impaciencia que me hacen estallar casi con demencia, llevándome al inicio de esta locura. Te cuento de algunas trivialidades de la semana mientras miro cómo elegís entre los brillos de mis ojos. Sé que te gusta cuando sonrío. Elegí, el que más te guste. No quiero que después me reproches la debilidad de mis lágrimas que registran imágenes y sonidos de alguna noche compartida juntos. O de esta. Alguna noche donde perdimos la decencia y la idea de lo mismo. O de esta. Probá el café que se te enfría. No. No te apuro, pero algo recalentado no tiene el sabor del primer sorbo. Pero eso es mucho y te asustás. Te alejás de la ventana y del calor y te escapás por el pasillo vacío de ondas de aire y de sonido, mientras yo me quedo mirándote a vos y a tu taza llena sin probar a diferencia de la mía que tiene la forma de mis labios, impregnados en su borde de cerámica barnizada. Y entonces mi voz salta desde la habitación hasta tu espacio desnudo llamándote para que vuelvas. ¿Me escuchás? Parece que sí porque te das vuelta y te arrepentís porque me extrañas. Ya sé, no me tenés que explicar, lo sé antes de que lo hagas. Volvés, y me regalás la incompatibilidad de nuestros tiempos. Probás el primer trago de mi café y veo cómo te pega, como con efecto doppler, retrasado, pero potenciado por la misma fuerza de la velocidad de aquella caricia que nos llevó ser vértice de sueños, aquella noche que cada uno fue la droga del otro. Y te miro mientras tomás de nuevo de la taza de café caliente, con un movimiento lento que pareciera conservar el recuerdo de mi ser que ha desaparecido. No me fuí. Acá estoy, por eso te invité. Sabía que vos ibas a aceptar. Entonces me buscas porque sentís cómo te vuelven las ganas de probar el silencio violado con violencia por una canción nuestra. Y desplegás parte de tu demencia ágil de recursos para alcanzarme. No me mires así. No me cantes una canción que después pensás olvidar. Y en tu intento torpe de abrazarme, tirás la taza de café y me quemás. ¡Duele! La taza se deshace en astillas y me ves quebrar. Dejá, fue un accidente. Veo cómo mi sentimentalismo por la muerte de algo inerte te provoca y entonces hacés regresar las mismas represiones que sentimos en alguna sala de cine, esa vez que nos mezclamos con las angustias de la película y las ansiedades neuróticas de los personajes. No. No me dolió. Estoy bien. Y dejá, yo limpio. Te hago otro café si querés. En ese momento te asustás por tu torpeza y entonces me separás como intentando explicar. Me ofrecés a cambio, guardar en mis cajones el sonido de los truenos sordos de las burbujas, para que los use para meterme en alguna de tus locuras. Yo no tengo nada para darte. En realidad no me queda nada para darte. Yo en cambio, y sólo por las dudas, te envuelvo sonidos ajenos a tu mundo para que te transpoles a mi fuego latente alimentado no solo de carne y de sangre, pero de vida. Pero eso lo querés ya. Entonces me mirás acomodar los pedazos de cerámica sangrantes de café y caminás a la ventana. Y te apoyás contra el vidrio para sentir el calor del sol que sabes tanto me gusta. Me mirás, me llamás para sentir juntos el calor del vidrio y me pedís que deje tu taza rota en el piso. Está bien. Después levanto. Extasiate con el aroma del café pegado al piso. Me siento junto a vos y me regalás palabras en imágenes que nos hacen sentir mejor. Nos reímos de nuestra estupidez y sonreímos mientras tus dedos se deslizan. Y el aroma del café... De a poco... Se nos mete debajo de la piel... Y yo tiemblo... Al sentir... Que estás en mi sol y en mi luna... En mis días... En mi boca... En mis ojos... En mis manos... Transformándonos en cíclopes... Que sienten pececitos en la panza... Invintándome a ser... Como los personajes... De algún libro que leímos... Y ya nada nos importa... Ni tu indiferencia a venir... Ni tus ganas de quedarte. Menos, menos, menos, menos. Entonces... Todo nos lleva nuevamente... A que bailemos como un sonido sin forma en el piso mientras la luz que se filtra por la ventana se posa sobre nuestras manos empapadas mientras uno al otro nos vamos deshojando hasta el momento en donde la señal del tiempo se nos hace nula en ese juego de palabras ausentes y mientras las manos se multiplican y el aliento se hace uno justo en el momento en el cual nuestros movimientos eligen contradecirse el uno al otro, cada vez más y más y más y más y más y más y más y más y más...... Hasta hacer explotar el sonido del ambiente. Y nos gusta. Me mirás con tus ojos cansados y sentimos la transpiración de nuestros cuerpos. Me acariciás, y suspirás lento mientras me contenés y preguntas cómo estoy. Estúpida mujer que soy, te sonrío porque siento que esa es la mejor respuesta. Pero igual me entendés, porque es la misma respuesta que me podés dar. Casi temblando, guardás el reflejo de tus pupilas en mi mirada y por miedo a perderme me sostenés la mano. Aunque ves en mis ojos el grito del dolor. ¿Qué pasa? Aún me duele la mano por el café que volcaste. No, no te reprocho, te estoy pidiendo que me abraces. ¿Cómo pudiste? ¡No! No quiero tu costado. Al final te convencés que no hay más colores que los del arco iris cotidiano. No podés disfrutar un segundo de la paleta de colores que acabamos de inventar. No es cierto. No puede ser cierto. Porqué te me volvés tóxico. Tan tóxico... Una vez más te enojás, te escapás y entonces te vas de este momento compartido sin palabras, sin decirme cómo, provocando que el sol de mi mañana se apague, que mi café se quede amargo y que yo ya no tenga ganas de hablar. Y entonces vuelvo a desear el instante del inicio mientras le doy la espalda al invierno y miro por la ventana cómo florece el duraznero partido por la mitad ya sin tanto perfume, colores o contrastes. Y entonces no me acuerdo porqué te invité en un primer momento. No me acuerdo porque elegí el café como una excusa. Pienso... ¡Ah! Sí. Quería compartir una vez más el momento de mis fotos desenfocadas. Porque sabía (supe incluso antes de sacarlas) que eran la expresión de lo que tu inútil sentido para la imagen hubiese querido crear. Me duele la mano todavía. Por tu culpa me duele la mano. Pero igual las busqué y te las tiré sobre el piso para que las vieras. Qué tonta, pero si no estás para explicarte que en una quise sacar un árbol y se me terminó quedando el sol, tres rayitos de sol de blanco dorado, radiales, que salen del sol y se extienden hasta tocar un objeto (tu taza de café) y ahí encima terminan, prediciendo nuestras ausencias muertas. Se mueren. Mirá: acá están. Para nosotros. Para nuestra figura infinita. Ahora muerta. Esto está yendo demasiado lejos. El frío envuelve las calles pintadas con mi sol, mientras mi café huele a las hojas caídas por culpa del otoño. Igual vos no detenés. Te dejo tu taza deshecha para que veas que entre el café disperso en el piso, solo vuela una mosca.

Ella/Él

Ella vino del lago del fuego eterno. Él del dolor de siluetas dispersas. Ella miraba cantando notas de armonía. Él se perdía en sus calles habitadas por círculos extraños. Ella disfrutaba bailar a través de la niebla iluminada por la luna. Él se divertía susurrando historias y fantasías. Ella escuchó el mundo escondida en oraciones. Él adoptó las respuestas bañadas en las aguas del fracaso. Ella se separó del espacio ante el miedo del desengaño. Él bastardeó significados. A ella el sol le cubrió las heridas. A él, el espacio lo sumergió en fracciones de otras vidas. Ella llegó al costado más silencioso. Él se escondió tras una infinidad de extraños. Ella extrañó perpetuarse en la tibieza del eco. Él extrañó la piel dulce de ella. Ella sintió cada caricia que no estaba. Él prefirió escudarse en cobardía. Ella se precipitó en la imagen de una lágrima estallada en sus mejillas. Él prefirió disfrazarse de noche expandida. Ella preguntó al universo: "para qué usar los ojos, la boca, la lengua, las manos si todos ya saben mentir...". Él no respondió a su juego de opuestos entre ausencia y presencia. Ella fluyó entre fuentes de consciencia e inconsciencia. Él no pudo con su alma perdida. Ella extendió una vez más su mano. Él escupió su oro de color plateado. Ella caminó divagando. Él se preguntó una vez más: "¿Aún dudás que lo sé?".
Y ya hace tiempo que la luna roja cubre sus piedras pero él y ella no se enteran porque no se leen. Y ya hace tiempo que me desato y dibujo flores que no entendes.

8.4.07

Infinito

El observador sabe por sentido común el error de esta conjunción. Es un callejón sin salida. Un bucle. Un dibujo de Escher. No hay que encontrarle sentido a la locura del cadáver exquisito.
- Mi espacio. Nuestras aproximaciones al infinito.
- O nuestras figuras que rellenan el plano y que van aumentando o disminuyendo hasta dar la impresión de ser un número infinito.
- No hay impresiones. Hay ideas. Mi idea es sencilla: ir dibujando. Tu idea es eterna.
- Mi idea es la fascinación de descifrar cómo encerrar algo infinito en una superficie finita.
- Tu idea te dejó atrapado en tu narcisismo lógico y tu infinito. Tu idea te derritió en repeticiones pautadas y distorsiones visuales, en ciclos enfermos. Fuimos el ensamble de dos perspectivas opuestas.
- Sí, es frío y repetitivo.
- Y yo no pretendo conmoverte. Ya no. Abandoné el desafío de tu asfixia vacía. Tal vez soy yo la ingenua.
- ¡Vos no estas en condiciones de imaginar algo que esté por definición vacío!
- Vos no existís cuando los soles negros ocupan sus lugares. Te dispersas en los fragmentos de las horas y en los ojos mirados, hasta en mí. Me arrastras a sombras de tiempo sepultado.
- El sol está sobre el horizonte, en el momento en el que todo el cielo se colorea de rojo. En ese momento no hay sombras.
- Y ese momento no es un rojo definido. Son cientos de tonalidades.
(Silencio)
- ¡Es tan claro! El mar enmudece, como vos.
- Es mi hora preferida.
- Es la hora de tu escape. De tu último fragmento de Sol.
Nada los contiene. Es el infinito. El espacio que los define. Es fácil de imaginar el espacio que separa toda la materia del universo. No es fácil el diálogo de la pelea, metido en sus masas compactas, comprimidas al máximo, que se buscan y se abrazan exactamente en el momento anterior al Big-Bang.
(Explosión. Y Silencio. Otra vez.)

2.4.07

Flores muertas a tu imagen

Fue el haber encontrado nuestra copia de El hombre ilustrado lo que me llevó de nuevo a nuestra máxima complicidad. La lectura de tu dedicatoria y la inercia de la conciencia me sumergieron entre las líneas de aquel cuento que parodió a Edgar Allan Poe, ese cuento que me leíste cuando me prometiste un viaje a Londres.
Me acuerdo de ese momento como el instante que te provocó las ganas de probarme, probar mi compañía, probar al espacio que nos contenía. Solo con la mirada me invitaste a caminar y sin decir nada, solo nos importaron los elementos naturales, muy poco los humanos que podían llegar a desfilar por nuestro viaje. Cada segundo de esa compañía se hizo volátil y eso nos contuvo en una intimidad lejana y muda. Recuerdo eso. Recuerdo cómo los dos nos mirábamos y no nos podíamos dejar de ver.
Pero no recuerdo porqué te dejaste convencer por el canto de sirena de aquella ciudad de vida eléctrica que encontramos a medio viajar, en donde preferiste festejar la parafernalia de la cosificación por sobre nuestro mundo. No te fue difícil ir alejándote para acomodarte en esa ciudad que te consumió y convirtió en uno más de sus habitantes. Ahora también recuerdo cuando quebraste tu esencia y así adoptaste un vivir sin crear que te llevó al eterno reciclaje de viejos estilos. A partir de esto no hiciste más que faltarle el respeto a tu vanguardia, a mi transgresión. Ahí empecé a verte desde el otro lado de la ventana y te me hiciste inalcanzable. Ese fue tu salto a la ficción, un salto desde mi realidad.
Ahora recuerdo también que elegiste por el conformismo y la comodidad, y entonces fue inevitable verte repugnante. Fue tu festejo a la belleza del vicio, tu vulgaridad la que me hizo verte cada vez más repugnante. ¿Tan fácil te es matar a todos tus proyectos posibles? Con cada palabra vuelvo a sentir el giro que dio tu calor, de la acción a la envidia del erotismo de esa ciudad y de sus habitantes nacidos de los más bajos instintos de la danza de movimientos torpes de asociación entre sus cuerpos superficiales. Y así y todo te vendiste.
De a poco, todo para vos y para mí dejó de tener nuestro impulso. Obviamente esa fue la elección de tu estilo de vida, signado al tiempo de la moda y el consumo. ¿Cómo no darte paso a la vulgaridad con este planteo? ¿Cómo pudiste vender así tu espíritu de ruptura? ¿Cómo pudiste ver flores en ese ritual de vida vacía de manifestación plástica?
Esto me recuerda que nuestra escena fue siempre la misma: vos festejaste tu ciudad limpia de olores y destilaste alcohol en vez de lágrimas, mientras mi lápiz se desangraba con cada palabra pensada para vos... Será que solamente apelando al absurdo puedo romper con tu absurdo de realidad. O quizás no quiera hacerlo y en mi realidad, desde el principio, nunca viajamos juntos y vos solo buscaste tu lugar.

1.4.07

Dualidad

En esta Torre de Babel que comparten dos personas, las palabras ya no cantan. Las palabras son un arreglo, una composición inerte, un maquillaje de significaciones, un disfraz para su noche callada de flores ausentes.
- ¿Un día seremos algo distinto a esto?
- Tal vez...
- ¿Más iguales o más distintos?
- Seguiremos siendo...
- ¿Seremos algo si dejamos de ser?
- Quizás...
- ¿Y qué hay después de esto?
- ¿Y qué esperás que haya después de esto?
- Más preguntas.
- Quizás... O tal vez solo noche...
De esas dos personas, una se despide hambrienta de sol. La otra se sumerge entre luces artificiales, pintando su infinito con la noche, donde despliega su intenso silencio.
Sus preguntas. Sus silencios. Su respiración. Y su instante se dilata.