13.4.07

Tu aroma y el café

No puedo evitarlo. El aroma del grano sin moler en la madrugada sabe mejor en un mundo sin movimiento que se pierde el espectáculo de ver cómo muere la noche con el color del sol. Bajo con la intención de tomarme una taza de café contra la ventana mientras espero que el sol, que a esta hora tornasola todo de amarillos, provoque que mi mañana salpique chispas entre tanta luz fría. Esas mismas chispas que creamos cuando me acompañas alguna mañana de frío de invierno. Me abrigo los pies con pantuflas y entonces le dejo notar un poco más mi espalda al invierno, que me obliga a esconderme en mi taza de café. Miro por la ventana la calle muerta y me entrego a pensar cuán fuerte me es observar tu imagen viviente de hombre solo. Tu imagen relacionándose, de alguna estúpida manera, con tu cotidiano. Supongo que el no poder dejar de pensarte sabe un poco más que a locura demencial. En ese segundo de virgen sorbo de café se me ocurre evocarte, solo para lastimar tu soledad inerte. Hacerte presente porque sé cuánto te gusta hacer que odias mi compañía. Entonces aceptás esa contradicción por el mero desafío entrar en la acción de desafiarme. Aceptás, venís y te sentás conmigo. Bien. Estoy bien. No, no me pasa nada. Recién me levanto. Te preparo un café. Con canela. Mirás cómo te preparo el café que nunca quisiste probar aunque sabías de mi maestría en desayunos. El olor del grano deshecho en polvo de café me deshoja, me vulnera, y me provoca regalarte el color negro de la tasa que brilla con el color del sol encendido. Ese sol que obliga a nuestro escenario a arder con más fuerza. Está todo bien. Acomodate. Dulce te lo preparo. Te dejás llevar y el calor te ablanda. Mirás la taza con desconfianza por miedo a tomar algo tan mío que te provoque nuevamente la adicción, por eso veo en tu mirada que te reprimís y hacés que no te gusta para que yo no te pueda ver. Ah, sí, tomo todo dulce. Entonces te endulzo la taza aún más, esta vez con tus segundos de impaciencia que me hacen estallar casi con demencia, llevándome al inicio de esta locura. Te cuento de algunas trivialidades de la semana mientras miro cómo elegís entre los brillos de mis ojos. Sé que te gusta cuando sonrío. Elegí, el que más te guste. No quiero que después me reproches la debilidad de mis lágrimas que registran imágenes y sonidos de alguna noche compartida juntos. O de esta. Alguna noche donde perdimos la decencia y la idea de lo mismo. O de esta. Probá el café que se te enfría. No. No te apuro, pero algo recalentado no tiene el sabor del primer sorbo. Pero eso es mucho y te asustás. Te alejás de la ventana y del calor y te escapás por el pasillo vacío de ondas de aire y de sonido, mientras yo me quedo mirándote a vos y a tu taza llena sin probar a diferencia de la mía que tiene la forma de mis labios, impregnados en su borde de cerámica barnizada. Y entonces mi voz salta desde la habitación hasta tu espacio desnudo llamándote para que vuelvas. ¿Me escuchás? Parece que sí porque te das vuelta y te arrepentís porque me extrañas. Ya sé, no me tenés que explicar, lo sé antes de que lo hagas. Volvés, y me regalás la incompatibilidad de nuestros tiempos. Probás el primer trago de mi café y veo cómo te pega, como con efecto doppler, retrasado, pero potenciado por la misma fuerza de la velocidad de aquella caricia que nos llevó ser vértice de sueños, aquella noche que cada uno fue la droga del otro. Y te miro mientras tomás de nuevo de la taza de café caliente, con un movimiento lento que pareciera conservar el recuerdo de mi ser que ha desaparecido. No me fuí. Acá estoy, por eso te invité. Sabía que vos ibas a aceptar. Entonces me buscas porque sentís cómo te vuelven las ganas de probar el silencio violado con violencia por una canción nuestra. Y desplegás parte de tu demencia ágil de recursos para alcanzarme. No me mires así. No me cantes una canción que después pensás olvidar. Y en tu intento torpe de abrazarme, tirás la taza de café y me quemás. ¡Duele! La taza se deshace en astillas y me ves quebrar. Dejá, fue un accidente. Veo cómo mi sentimentalismo por la muerte de algo inerte te provoca y entonces hacés regresar las mismas represiones que sentimos en alguna sala de cine, esa vez que nos mezclamos con las angustias de la película y las ansiedades neuróticas de los personajes. No. No me dolió. Estoy bien. Y dejá, yo limpio. Te hago otro café si querés. En ese momento te asustás por tu torpeza y entonces me separás como intentando explicar. Me ofrecés a cambio, guardar en mis cajones el sonido de los truenos sordos de las burbujas, para que los use para meterme en alguna de tus locuras. Yo no tengo nada para darte. En realidad no me queda nada para darte. Yo en cambio, y sólo por las dudas, te envuelvo sonidos ajenos a tu mundo para que te transpoles a mi fuego latente alimentado no solo de carne y de sangre, pero de vida. Pero eso lo querés ya. Entonces me mirás acomodar los pedazos de cerámica sangrantes de café y caminás a la ventana. Y te apoyás contra el vidrio para sentir el calor del sol que sabes tanto me gusta. Me mirás, me llamás para sentir juntos el calor del vidrio y me pedís que deje tu taza rota en el piso. Está bien. Después levanto. Extasiate con el aroma del café pegado al piso. Me siento junto a vos y me regalás palabras en imágenes que nos hacen sentir mejor. Nos reímos de nuestra estupidez y sonreímos mientras tus dedos se deslizan. Y el aroma del café... De a poco... Se nos mete debajo de la piel... Y yo tiemblo... Al sentir... Que estás en mi sol y en mi luna... En mis días... En mi boca... En mis ojos... En mis manos... Transformándonos en cíclopes... Que sienten pececitos en la panza... Invintándome a ser... Como los personajes... De algún libro que leímos... Y ya nada nos importa... Ni tu indiferencia a venir... Ni tus ganas de quedarte. Menos, menos, menos, menos. Entonces... Todo nos lleva nuevamente... A que bailemos como un sonido sin forma en el piso mientras la luz que se filtra por la ventana se posa sobre nuestras manos empapadas mientras uno al otro nos vamos deshojando hasta el momento en donde la señal del tiempo se nos hace nula en ese juego de palabras ausentes y mientras las manos se multiplican y el aliento se hace uno justo en el momento en el cual nuestros movimientos eligen contradecirse el uno al otro, cada vez más y más y más y más y más y más y más y más y más...... Hasta hacer explotar el sonido del ambiente. Y nos gusta. Me mirás con tus ojos cansados y sentimos la transpiración de nuestros cuerpos. Me acariciás, y suspirás lento mientras me contenés y preguntas cómo estoy. Estúpida mujer que soy, te sonrío porque siento que esa es la mejor respuesta. Pero igual me entendés, porque es la misma respuesta que me podés dar. Casi temblando, guardás el reflejo de tus pupilas en mi mirada y por miedo a perderme me sostenés la mano. Aunque ves en mis ojos el grito del dolor. ¿Qué pasa? Aún me duele la mano por el café que volcaste. No, no te reprocho, te estoy pidiendo que me abraces. ¿Cómo pudiste? ¡No! No quiero tu costado. Al final te convencés que no hay más colores que los del arco iris cotidiano. No podés disfrutar un segundo de la paleta de colores que acabamos de inventar. No es cierto. No puede ser cierto. Porqué te me volvés tóxico. Tan tóxico... Una vez más te enojás, te escapás y entonces te vas de este momento compartido sin palabras, sin decirme cómo, provocando que el sol de mi mañana se apague, que mi café se quede amargo y que yo ya no tenga ganas de hablar. Y entonces vuelvo a desear el instante del inicio mientras le doy la espalda al invierno y miro por la ventana cómo florece el duraznero partido por la mitad ya sin tanto perfume, colores o contrastes. Y entonces no me acuerdo porqué te invité en un primer momento. No me acuerdo porque elegí el café como una excusa. Pienso... ¡Ah! Sí. Quería compartir una vez más el momento de mis fotos desenfocadas. Porque sabía (supe incluso antes de sacarlas) que eran la expresión de lo que tu inútil sentido para la imagen hubiese querido crear. Me duele la mano todavía. Por tu culpa me duele la mano. Pero igual las busqué y te las tiré sobre el piso para que las vieras. Qué tonta, pero si no estás para explicarte que en una quise sacar un árbol y se me terminó quedando el sol, tres rayitos de sol de blanco dorado, radiales, que salen del sol y se extienden hasta tocar un objeto (tu taza de café) y ahí encima terminan, prediciendo nuestras ausencias muertas. Se mueren. Mirá: acá están. Para nosotros. Para nuestra figura infinita. Ahora muerta. Esto está yendo demasiado lejos. El frío envuelve las calles pintadas con mi sol, mientras mi café huele a las hojas caídas por culpa del otoño. Igual vos no detenés. Te dejo tu taza deshecha para que veas que entre el café disperso en el piso, solo vuela una mosca.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

me perdí entre las líneas y el café. me tragó el aroma del momento. me arrepentí de no ser yo con quien pudiste compartir ese café. a menos que me invites.
srta, de lo más lindo que me ha hecho leer.

Anónimo dijo...

un oso blanco observa= el el y el.cada palabra apunta solo a el.y el que no mira, mientras una se desloma para ser mirada.mirame, sin manos,y ahora, la vertical!pero el señorito ni se mosquea. a lo mejor esta hecho de caca,que es una palabra que escasea entre poetas y prosaicos,no vaya a ser cosa que se termine el juego y haya que mandar todo a la mierda.que desperdicio de verdades que nunca seran apreciadas,porque el que hace ojitos odia las verdades.porque el esta mas inerte que una taza rota,y asi todo cafe por hermoso que sea quema y termina en el suelo.pero lo inutil nos parece valioso,como el entendimiento de un padre ajeno.cuando un bastardo pusilanime malnacido despliega su orfandad de molusco invertebrado con el putrido y vulgar recurso de hacer ojitos,ahi es donde clavamos el compas de nuestro circulo de flores.para no pasar a lo otro, que no reside en nadie,que no tiene a quien culpar y que lo unico que necesita, es una mejor taza.
yo me limpio en el pasto o quemo las zapatillas.se pueden conseguir otras por treinta pesos.por lo demas,nadie que valga dos mangos extraña a los señoritos hechos de caca blanda.
saludos y perdon por lo bruto.cadena y belarom,hum ahora tambien fragancias florales del bosque del olimpo de los faunos, ninfas y otros muppets.y no afecta la capa de ozono,que delicia!
ah, el texto es bueno.la chica tambien,pero el vertice de giro o señorito tira a menos todo lo demas.lo estanca.suelte el ancla y vera como su barco llega lejos.asi y todo, esta tres mil millones de veces mejor escrito que los balbuceos del señorito.y me quedo corto.

Anónimo dijo...

un oso blanco agrega=y a mi tambien me gustaria probar ese cafe, pero por respeto a lo sublime de todo lo que ese cafe implica me quedo con la belleza de la chica que gira buscando salirse del giro.hay un infinito aqui, pero un infinito prisionero,como una bailarina de cajita musical.para que una voz sea escuchada,lo mejor es gritar en el desierto, donde realmente no hay nadie.pero una verdadera voz no necesita ser escuchada.los mensajes necesitan oyentes, las ordenes necesitan oyentes,las mentiras necesitan oyentes.las verdades necesitan desiertos, no estatuas vivientes.aqui uno juega el papel de el y no el de ella, entonces si aprecia el cafe es bueno, y si no lo aprecia es malo.y el cafe se ha derramado,presa de moscas impares.elegi el cafe como una excusa, dice ella, pero el cafe se sabe bueno desde un primer momento(porque asi es como huele) y ella es una virgen, esta a salvo.ella, que no es uno, porque uno ni la mira,busca donde ya sabe que uno es el despota, el mezquino.gran oportunidad de probar todas las armas posibles dado que ninguna dara resultado(en el)pero si en uno, que deja de ser el por pura reprobacion.y porque hay un reprobado en el blanco, o en el banco,lo que debieran ser puertas a lo infinito, se vuelven recursos de doncella.pero uno, que ya no es el y acude a remplazarlo para salvar a la doncella, sabe que la doncella es la mascara de un laberinto de puertas a lo infinito.entonces cree.mal negocio.la mascara orientada en ese angulo lleva a la doncella y la doncella al recurso porque el obstaculo es el foco reprobado esterilmente.si quitamos este seguro, el proyectil sale limpio e inexorable al corazon del asunto, que no puede ser un reclamo,sino una voz encerrada.pero el seguro esta puesto y la voz condenada a ser oida por un unico destinatario.y eso anula el disparo.es muy filmable, desde luego, pero poco visible por culpa del condenado a la ceguera,sordera, autismo o lo que fuera que lo lleva a operar en el otro plato de la balanza como el impasible ante una serie de bellezas.no sugiero eliminarlo, pero habria que poder pasar a traves de el, eso parece ser lo que se busca y eso seria lograrse.lo que ocurre aqui es que todo muere en el, y el de alguna manera esteril y esterilizante, sigue teniendo la ultima palabra.y ya se sabe que ese cartel anula a todos los anteriores.