2.8.07

Actancias

La cámara empezó a hablar. El giro concéntirco de la cinta sobre su eje emitió ese ruido metálico que produce cuando el fílmico empieza a correr sobre el tiempo. Él iba por primera vez al cine, a ver cine. Había escuchado qué eran las películas pero nunca había ido en serio al cine. Por eso se sorprendió con la sala vacía y espectante, las butacas de asientos que rechinan, las luces en los escalones, la sombra tenue de la sala, el color ámbar de las paredes y el olor a película. Pero lo que más le sorprendió fue la pantalla. Le habían hablado de la pantalla pero nunca se imaginó la variedad de posibilidades en potencia que emanaba. Sobre todo la pantalla.
Cuando la oscuridad reinó en la sala, el silencio permitió la entrada de las
imágenes. Él miró extasiado hasta vislumbrar cómo los movimientos que jugaban y se mostraban construían a una mujer hermosa. Ella era perfecta: su cuerpo de tez blanca bailaba semi desundo sobre el telón proyectado, con su pelo color tierra cayéndole sobre los hombros, sus ojos grandes, sensuales y su sonrisa. Todo hacía que su cuerpo dominase la escena. Y él estaba incluído. Se levantó alucinado ante la presencia de semejante diosa y caminó hacia la pantalla tratando de introducirse en ella para alcanzar la bidimensión de la imagen. Su ilusión.
Entonces estiró su mano y acarició la imagen hasta hacer contacto pero ella, en vez de sentirse halagada se sintió violada, arrancada por la tridimensionalidad del voyeur. Todo causó que ella se escapase hasta perderse en los rincones más insólitos de la sala. La desesperación y la cacería sumergió a los dos actantes en la narración de la pasión y así él fue tras ella hasta cortar el aire con su brazos. Solo de esa forma podía tenerla, robándole su escencia fílmica, su silueta devenida en
grises.
Pero lentamente la luz empezó a encenderse hasta violar el espacio y asesinar toda ilusión. La pantalla era otra vez blanca y él la había perdido. Ella desapareció. También lo hicieron la sala de cine,
las butacas, su ansiedad, el momento y la sensación prematura y perdida. La pantalla se había robado algo de su alma.
Así y todo volvió. Pero esta segunda vez el hombre ya no fue al cine sino para reiniciar la historia en la que se había perdido, encontrarse en ella y poder arrancarse de la misma. Bajó los escalones y se sentó fatigado en una butaca solitaria esperando que se apagase la luz una vez más. Sin embargo, esta vez se quedó profundamente dormido. Esta vez, él mató a su diosa que existió sólo para ser vista, enunciada, contada. Así, con cada título desgarrando al celuloide, la voz de la película, verdad imaginada, se calló fundida sobre un fondo negro.

4 comentarios:

Anónimo dijo...

si te leo. no me explico. pero te sigo mirando porque se que al tocarte te me deshaces en los miles de grises de la imagen. entonces me quedo con esta puta distancia, el cobarde anonimato y el disfraz de voyeur.

Anónimo dijo...

¿Cuánto voyeurismo originaría el cine de hoy, a todo color, con mejor calidad fílmica y más atrevimiento innecesario, superficial y realizado para cierta patología sexista, entonces?

Martín Kalos dijo...

Me encantó, Ale, me pareció perfecto cómo construiste la situación... y la crítica q subyace la historia, la comparto, aunq aún no descubrí cómo salir de esta trampa del cine hollywoodense, como decíamos el otro día!
Beso!!

Maximiliano dijo...

CyC: Me gustó lo del escape de ella a través de la sala.
A partir de aquel dia la mirada extasiada de él solo aceptó la presencia-presencia del teatro...