27.8.07

Cayendo

Estoy cayendo.
Ángel de la mente.
Podés
ver la caída
(me caigo).
Porque te sentís alto.
La caída del ángel.
Estoy soplando.
Yo estoy dentro de las sombras.

Cuando mirás la tierra.
Besas el cielo.

Dentro de tus sueños más profundos.
Yo te oigo, me llamás.
Tus miedos profundos.
Me ves cayendo.
Me caigo (cayendo).
La caída de un ángel,
Latiendo.

Podés ver la caída...
Sufriendo,
Fluyendo dentro.

De .
Cayéndote, levantándote
Fluyendo dentro,
A través tuyo.
Cuando lloro con la lluvia,
Mientras chocan los mares.

Y si la luna cruza al sol,
Sólo pierdo el aliento,
Sin nombre (estoy cayendo).
Y el color de la noche,
Y el sonido de mis pensamientos,
Y el pensar sin luz.
La caída del ángel (me ves, cayendo).
Los colores de la noche.

La luz acumulada,
entre nada, pero espacio.
El silencio de los colores de la noche.
Cayendo.
La caída de un ángel.
Mes ves cayendo.
Cayendo.
Me caigo.
Muy bien. En la luz.

El sonido,
El sonido,
El sonido,
El sonido,
Escucháme cayendo.
Conmigo.

24.8.07

Baudelaire y Mandarina

Sin tierra, sin suelo, sin nada, a la deriva en un lugar lleno de calles y de personas caminando por una calle cualquiera, desapareciendo y volviéndose a encontrar dos calles más arriba, con otros edificios observando otro sol y otra luna oculta, él dejó de sonreír cuando ya no pudo acordarse de su pueblo de calles curiosas para caminar ante los espejos en un enigma de luces.

Ya no pudo acordarse de los nombres de las calles, aunque sabía que musicalizaban algo así como “Soldadito de Plomo” y “Abracadabra”. Pero no los nombres exactos, ni los olores, ni los recuerdos porque en esta ciudad los nombres de las calles se le volvían rutina. Tampoco las manos de truco o embidos mentidos, las horas de mate amargo, las tardes que morían sobre las calles “Baudelaire y Mandarina”. En esas esquinas se había acostumbrado a encender la radio para sentir que estaba en su país con todas sus historias reales: la abuela, el olor a sopa en las paredes de la casa vieja, las nubes pulcras, el color del sol. Pero ahora, entre tantos edificios, baldosas, árboles pelados, más gente, más autos, más nada, él ya no pudo fabricarse mundos porque estos se le diluían como sueños. En la ciudad, su demencia se fundió con su ironía y de la secuencia de la charla salió menos que una reflexión. O, al menos, eso parece.

De cualquier modo que intentase, había sido digerido por el ritmo, por las historias copiadas en vez de reales, por el puterío de la ciudad. A él se le hizo imposible evitar sentirse vacío, diminuto y viejo entre los colectivos-monstruo que corrían por las avenidas mientras escupían su humo negro sobre la barba de los viejos. Fue allí, frente a la dama gris que bostezaba exhalando aliento a cigarrillo, cuando se dio cuenta que había perdido toda disposición para saturarse de los fantasmas de esa mañana. Se angustiaba por la gente que divagaba por las calles sin mirar para arriba o para abajo, solo para adelante mientras su vida avanza con bullicio, a ritmo de negocio, en forma de círculo.

Y así él caminó mientras todos caminaban. Sólo tenía que caminar. Unas cuantas calles para cruzarse con los chicos vomitados de las escuelas. Un giro a la izquierda para ver a las madres tocando bocina en doble fila, un giro a la derecha para ver el robo de un carterista, unas cuadras atrás, en el centro, para ver la resignación de los trabajadores. Arriba de él, el smog, la rapidez, el olor a comida de la calle, la niebla. Poco a poco, se fue ahogando y dejándose llevar hasta que su piel se llenó de olor a asfalto. En la ciudad aprendió, como todos, a mentir, coquetear, fingir, hacer sexo pero teniendo ropa puesta, olvidándose de cómo reírse de los que se pintan de oro y no tocan la tierra, de cómo era sentir su mente fría y el cuerpo caliente.

Era tanto el ruido, que ya no podía ni escuchar el canto de los árboles de la cuadra en la que estaba. Menos aún, pudo ya recordar el reflejo de la esquina redonda en la que alguna vez vivió. Entonces él fue aceptando el haberse dejado engañar por el escándalo y por la indignación (porque esa era ahora su reflexión sobre el dolor, sobre la culpa, sobre la soledad).

Finalmente, en una bocanada de humo se dejó perder en sus delirios prefiriendo esa (su) realidad antes que la de esa ciudad. Así pudo, tan solo dos calles más arriba, confundirse con ese (su otro) mundo para sentir que se veía (y volvía a) nacer sin esperar pronto esa otra muerte, esa otra bocanada y esa otra calle. Después de todo, al fin entendía que en cuerpo se hacía más flexibles, acoplándose a los caprichos del placer. No estaba apurado por no llegar, sino por escaparse de todos esos ojos expectantes, de él en ese mismo mundo.

En todo esto… en él… en nosotros… ¿A dónde vamos? A donde sea. Al momento antes del salto, al costado de las casas, los parques, las plazas, los teatros. Despierta, con otros ojos, no distintos. Otros, fijos, por un momento.

Aceptalo. Mi demencia y tu ironía se acercan con ternura porque de verdad estamos locos de seducción, prefiriendo nuestra soledad y silencio, la ausencia de razonamiento, nuestra demencia incurable. Esto es, para nosotros, lo que alimenta nuestro diálogo esporádico que llega hasta el final sin derrumbarse.

16.8.07

Cáscaras de vidrio

"Yo... Yo... no se muy bien, señor, ahora...
Por lo menos sé quién era cuando me levanté esta mañana,

pero me parece que he debido cambiar varias veces desde entonces."

Me digo que puedo sobrellevarlo todo con la mirada viva de Alicia y a mí parece bien. Alicia no es comparativa. Alicia no se compara a nada y a partir de ella mi principio nació bajo el sol, siempre delicioso. No me impresiona su beso sino su calidez. Lo que me sorprende es que no cierro los ojos para verlo. Debo estar delirando por los rayos del sol que me queman los ojos expuestos hasta deshidratarme el cuerpo, erosionándome, haciéndome arena.
Escucho su susurro por la ventana que resuena en mi cabeza como
un grito violento y me decido a jugar con su fuego por sentir el poder que no sé ver. Pero qué triste, si en este momento la luna esta ciega en su pedestal no puede ver cómo fantaseo con la realidad y creo mundos propios, donde nadie está invitado porque el tiempo transcurre con un ritmo distinto, donde las palabras son desprovistas de sentido, donde mis adivinanzas no tienen ni solución para el sombrerero. Entonces que mi tiempo no se mida, para que no haya ni día ni noche, solo una hora del té inacabable. ¡Que lo temporal exista en forma estática o en el reloj del conejo blanco!
Sigo sin entender para qué juego si me enojo. Si me clavo las
dagas que salen de mi boca directo en mi conciencia y en mi locura. No sé qué espero. Libertad. Amor. Quizás destino. Pero si a mi destino puedo encontrarlo sentado en una plaza. Será que me da más miedo el amor. Yo sigo buscando por dónde empezar de nuevo este juego. Pero ¿empezar qué? ¿Sin mí? ¿Sin vos? ¿Sin sentir que estoy delirando? Ese es mi destino, mi fortuna, mi libertad, mi amor.

12.8.07

sueloraízaguasaviahojaflorluzfruto

Nada frena los latidos y nada parece tener clausura porque mientras ella se siente atacada por los ladrones de recuerdos, él muerde estrofas de otoño para sentirse protegido por no creer en su defensa de horas asesinas de tiempo, y por no querer ver que, por lo menos, supo quién era ella cuando se levantó esa mañana.

7.8.07

Luna qué pretendés hacer

Se han amado con locura. Han amado a la locura hasta estrellar sus espinas en el corazón por aquello que nunca supieron guardar. Porque les era demasiado doloroso. Por no poder apoderarse de lo que nunca pudieron tener en sus brazos. Por ver en su mirada el reflejo de lo más horrible de su alma. Dime luna de plata qué pretendés hacer.

5.8.07

TacosAltos

Timbre.
Esquina.
Canción.
Saludo.
Colectivo.
Andén.
Puerta otra vez.
Charla.
Tiempo.
Espera.
Miedo.
Compañía.
Parada.
Vidrio.
Puerta otra vez.
Asiento.
Mesa.
Gente.
Humo.
Consumo.
Secuencia.
Hambre.
Del otro.
Puerta otra vez.
Calle.
Subte.
Sonrisa.
Mirada.
Pelea.
Te toco.
Frío.
Entrada.
Mesa otra vez.
Humedad.
Secreto.
Prohibido.
Sed.
Tres.
Te quiero.
Puerta otra vez.
Regreso.
No quiero.
Te debo.
Pelea.
Flirteo.
Aire.
Quedate.
Esquina otra vez.
Horas.
Noche.
Madrugada.
Potencia.
Sexo.
No puedo.
Puerta otra vez.
Frío.
Campera.
Manos.
Mirada.
Cíclope.
Cuerpo.
Silencio.
Silencio.Silencio. Silencio. Silencio. Silencio. Silencio. Silencio.
No hay otra vez.

2.8.07

Actancias

La cámara empezó a hablar. El giro concéntirco de la cinta sobre su eje emitió ese ruido metálico que produce cuando el fílmico empieza a correr sobre el tiempo. Él iba por primera vez al cine, a ver cine. Había escuchado qué eran las películas pero nunca había ido en serio al cine. Por eso se sorprendió con la sala vacía y espectante, las butacas de asientos que rechinan, las luces en los escalones, la sombra tenue de la sala, el color ámbar de las paredes y el olor a película. Pero lo que más le sorprendió fue la pantalla. Le habían hablado de la pantalla pero nunca se imaginó la variedad de posibilidades en potencia que emanaba. Sobre todo la pantalla.
Cuando la oscuridad reinó en la sala, el silencio permitió la entrada de las
imágenes. Él miró extasiado hasta vislumbrar cómo los movimientos que jugaban y se mostraban construían a una mujer hermosa. Ella era perfecta: su cuerpo de tez blanca bailaba semi desundo sobre el telón proyectado, con su pelo color tierra cayéndole sobre los hombros, sus ojos grandes, sensuales y su sonrisa. Todo hacía que su cuerpo dominase la escena. Y él estaba incluído. Se levantó alucinado ante la presencia de semejante diosa y caminó hacia la pantalla tratando de introducirse en ella para alcanzar la bidimensión de la imagen. Su ilusión.
Entonces estiró su mano y acarició la imagen hasta hacer contacto pero ella, en vez de sentirse halagada se sintió violada, arrancada por la tridimensionalidad del voyeur. Todo causó que ella se escapase hasta perderse en los rincones más insólitos de la sala. La desesperación y la cacería sumergió a los dos actantes en la narración de la pasión y así él fue tras ella hasta cortar el aire con su brazos. Solo de esa forma podía tenerla, robándole su escencia fílmica, su silueta devenida en
grises.
Pero lentamente la luz empezó a encenderse hasta violar el espacio y asesinar toda ilusión. La pantalla era otra vez blanca y él la había perdido. Ella desapareció. También lo hicieron la sala de cine,
las butacas, su ansiedad, el momento y la sensación prematura y perdida. La pantalla se había robado algo de su alma.
Así y todo volvió. Pero esta segunda vez el hombre ya no fue al cine sino para reiniciar la historia en la que se había perdido, encontrarse en ella y poder arrancarse de la misma. Bajó los escalones y se sentó fatigado en una butaca solitaria esperando que se apagase la luz una vez más. Sin embargo, esta vez se quedó profundamente dormido. Esta vez, él mató a su diosa que existió sólo para ser vista, enunciada, contada. Así, con cada título desgarrando al celuloide, la voz de la película, verdad imaginada, se calló fundida sobre un fondo negro.