29.7.07

Una y Otra vez

La muerte es inevitable, universal. Definitiva. Ella misma se dio cuenta, y un mes y medio antes se lo dijo a su mamá, haciéndole prometer que no se lo diría a nadie. Después de intentar varias operaciones de pulmón y de la pierna, era evidente que no se podía hacer nada. "Vino a hablar conmigo y me dijo que me iba a ayudar en cualquier decisión que tomara". El pediatra. Y durante los 17 días que duró la agonía no tuvo a otras personas que la asistieran.
Ya no más inyecciones, camas frías, paredes blancas, enfermeras inmaculadas, promesas incumplidas, colegios estructurantes, maestras interesadas, compañeros crueles, dibujos por conveniencia, llegadas tarde ocultadas, el silencio para evitar las preguntas, vínculos rotos, la familia. Ella no paraba de preguntar si estaba en casa. Esa era su obsesión. Estar en casa. Yo hoy no paro de echar sal en la herida. Y me pregunto... Me debería haber cerrado el corazón pero, a la inversa, hizo explotar las cenizas.
"Mientras le cantaba, como si me escuchara. Y después, me quedaba en silencio. Absorta. Abstraída. Le agarraba la mano y hacía cantar al conejo de peluche que le había regalado". Ese era el refugio. Eso se desintegró en una almohada que quedó empapada de sal. Y eso devino en una almohada empapada y ennegrecida por máscara de pestañas y preguntas en proceso. Hoy es una estatua blanca de tres pisos, con agua en armonía."No quiero volver al sanatorio". Y yo no quiero volver a dormir. O tal vez así sea y ahí está mi paz.
¿Pero cómo? Si nosotros no estábamos celosos, ¿por qué habían madres que movían la mirada? Y mientras una decisión se hacía universal, en esas jornadas no hubo ni día ni noche, solo un tiempo para abrazar, jugar, compartir música y pegar dibujos alegres. Mientras el oxígeno y los sedantes se hacían cada vez más frecuentes e impredecibles.
Los especialistas lograron establecer la dosis de calmante que le permitieran estar consciente pero sin sentir dolor. "Se ponía muy contenta cada vez que estaba yo... Y yo me ponía contenta al verla". De lo inminente de su fin sólo lo hablaba con su madre. "A mí me explicaba los sueños: un poco de tierra, gusanos, el bloqueo." Hasta hoy. Pero un chico puede hablar de la muerte y al instante estar jugando y riéndose. Olvidando. Será que las fechas son universales. Las flores son universales. Es universal. Las vidas pueden ser cortas. Aún los niños pueden vivir vidas completas y felices. Los niños. Es el recuerdo de unos días más allá de los muros de un hospital.

25.7.07

Creencias

No creo en las fechas armadas. No creo en "algo que nos afecte". Sí creo en la intuición. No creo en los conceptos. No creo en el sujeto trascendental. No creo en Cándido. No creo en el inglés americano. Sí creo en el británico. No creo en la era digital. Me quedo con la Reflex. No creo en los silencios intencionados. Ya no los tengo más. No creo en las salidas eternas. Sí creo en el infinito Escheriano. No creo en las fiestas. Sí creo en el solsticio. No creo en las rubias. No creo en que no lo leas. No creo en "el no tengo opinión". No creo que no entiendas. Sí creo en el segundo antes del beso, el orgullo, tu egocentrismo. No creo en el chocolate en rama. No creo en los caramelos de naranja. No creo en la onda Ser. No creo en los cines industriales. Sí creo en el Tita Merello. No creo en los labios pintados de rojo. No creo en las palabras que no decís. Cada vez le creo más a Marcuse, Verne, Gramsci. No creo en las cadenas de supermercado. No creo en el club Personal, la comunidad Movistar o el círculo CTI. No creo en los borratinta. No creo en los cuadernos papel araña. No creo en el séptimo grado. No creo en los viajes de egresados. No creo en Dios, en el cielo, ni el infierno. Sí creo en la chica en el cielo. No creo en las playas turísticas. Sí creo en la resaca del mar. No creo en los relojes digitales. No creo en la ternura plástica. No creo en el silencio. Sí creo en la soledad. No creo en la leche condensada. Sí creo en la sopa casera. No creo que me salga. No creo en los Chomp. No creo en la comida Gourmet. Sí creo en mis hermanas. No creo en las Publicidades, menos los publicistas. Sí creo en mi ONG. No creo en las coincidencias. No creo en lo casual. Sí creo en mi mochila. No creo en la música electrónica. No creo en los boliches de alta moda. No creo en las charlas de ascensor. No creo en mi habilidad manual. No creo en mi torpeza. Sí en mi seducción al caminar, que me mirás cuando me voy. No creo en las estrellas de Hollywood. No creo en el Horario Estelar. No creo que me hayas hablado por casualidad. No creo que te hayas olvidado ese beso. Sí creo en las obras de teatro de bajo presupuesto. No creo en las cadenas de mails. No creo en las paradas en la ruta. Sí creo en llegar a destino. No creo en los aviones, las azafatas, la comida de viaje. No creo en la videncia. Sí creo en el loco, el mundo, la rueda de la fortuna. Alguna vez creí en las calles. Ahora creo en las fotos de sal. Sí creo en las complicidades, la causalidad. No creo en el periodismo de hoy. No creo en los buenos vecinos. No creo en los rulos armados. No creo en las amistades camaleónicas. No creo en los folletos de la calle. Sí creo en los pisos de madera, el calor de la chimenea. No creo en la humedad. No creo en tu novia. No creo que sea lo mismo. Y hace tanto que es lo mismo. No te creo. No creo en las acuarelas. No creo en los todo por dos pesos. Sí creo en la acrobacia aérea, en la gente apasionada, en el escenario. No creo en los gatos. Sí creo en una sonrisa sin un gato.

18.7.07

Porcelana

¿Qué camino debo tomar?
Depende de dónde quieras ir...
A cualquier lugar...
¡Entonces tomá cualquier camino!

Porcelana era una figura transparente y ágil, recuerdo de un viaje que nunca pasó. Estaba siempre perfumada, perfectamente en equilibrio y los brazos levantados en un gracioso abrazo. Según cómo la miraba la luz, destellaba reflejos de todos los colores a pesar de que ella había entregado el suyo.

Una de sus piernas se mostraba revelando los dedos del pie y su tobillo, más allá del doblez de su larga pollera color rosa gastado. En su cara inerte se entreveía cómo su sonrisa ocultaba sus sentimientos materiales, duros, quebradizos. Todos manifestados de forma gradual, como su llanto. Aquel que algunas veces quebraba el espacio cuando todo estaba oscuro. Y siempre, siempre, aquella tensión se la llevaba sin que pudiera hacer nada.

La figura, mirá, se rompió sola, sin que nadie la toque. ¡Que no te engañe su aspecto, tan descarada! Las figuras, ya sean de cristal o de porcelana, no tienen vida.

Entonces sí: para Porcelana lo mejor es gritar en el desierto donde realmente no hay nadie . Y aunque sus mensajes necesiten oyentes, sus ordenes necesiten oyentes, sus mentiras necesiten oyentes, su figura susurra sus verdades al desierto y no a las estatuas vivientes.

16.7.07

Sal

Su Roja Majestad no debiera de ronronear tan fuertemente, dijo Alicia, frotándose los ojos y dirigiéndose al gatito, respetuosamente pero con alguna severidad. Me has despertado y, ¡ay, lo que estaba soñando era tan bonito! Y has estado conmigo, gatito, todo este tiempo, en el mundo del espejo, ¿lo sabías, querido?

La oscuridad no deja ver la actitud del ánimo celoso que tiene el mapa gastado Nada perturba el paseo por las calles, ni siquiera los charcos empapados de dejadez, piedras y fiestas. Yo prefiero no correr porque disfruto seguir quieta, imperturbable lejos de esa conversación gastada de estereotipos. En cambio, elijo empezar una y otra vez esa conversación que permite, al menos, sentir el calor. El cuerpo. Te invito a abrir la boca ante el deseo de tragarnos el mar. Te cambio la espina del viento por una colección de fotos en mi álbum de sal. Yo viajo sin medir distancias en nuestro país de maravillas, eligiendo soñar mientras pasa el día.

8.7.07

El sonido conservado.

Se me está haciendo costumbre la voluntad de conservar una huella del presente, una especie de desafío al tiempo que me permita ver y escuchar a los muertos, como si esto fuera un elemento esencial de mi imaginario.

No. El silencio ya no me da una idea del infinito y de la eternidad. En tanta inmensidad los límites ya no se perciben.


6.7.07

A la búsqueda de un título. También. Que se ajuste al tiempo.

La garúa empezó a caer y ya había perdido demasiado tiempo sin dedicarme a pensar. Lo mismo que ayer y el día anterior y el anterior y el anterior, sintiendo siempre lo mismo: esta ciudad es muy chica, demasiado.
¿Dónde estas? Como si aún fuéramos promesa, como si todavía no hubieras vuelto. Como si nuevamente te invitase al recorrido y la abstracción de nuestra siempre presente competencia inocente e infantil.
¿Por qué no? Si nos encanta lo prohibido. Nos encanta la misma sensación de misterio de una mirada, un recuerdo, de esos días cuando la realidad nos pasaba por encima, de nosotros subidos a un tren hacia un destino que pensamos podía ser de una eterna primavera... Pero no. Es una mirada a esos días marcados de muchas ausencias que hoy siguen presentes. Y entonces les invento nombres, amores, paranoias, sufrimientos, miedos... todo un vértigo de sensaciones.
¿En dónde? En la plaza que deja de existir. En los ojos de la mente, que solo me hacen ver una nube gris, gris de ceniza y agua, llena de la misma pena.
¿Para qué? Sonriamos... Para alimentar esa manía absurda de relacionar objetos con personas, de otorgar características de un objeto a una persona. Porque ahí te encuentro. Ahí, en un rincón pero sin poder recordar de qué secuencia de insultos y caricias extasiadas venís.
¿Y qué sos? La tarde despintada o el agua donde se proyecta la imagen, ahora deforme por cada gota. Y entonces, donde hubo forma reconocible ahora tan sólo hay una figura apenas discernible, de expresión cortada, con las manos frías y la mirada perdida. Y entonces, acerco mi cabeza al agua pensando cómo cada centímetro de líquido te abraza la cara, hasta nublarte la vista.
Nada. No pueden controlar que mis ojos, ahora fundidos con mi reflejo, me miren con dulzura. No pueden prohibirme hablar de otros lugares donde viven mis propias extrañas y hermosas bestias.